Lo peor no es que escriban. Lo peor es que escriben por encargo, con fondos públicos, y con la vista puesta no en el interés general, sino en mantener el chiringuito personal
Lo que en realidad ha convertido Telde en zona de riesgo biológico es un virus mucho más contagioso: la jubilitis activa con teclado subsidiado.
En Telde, hay virus que no salen en los partes médicos ni en los boletines oficiales, pero que corren como la pólvora. No hablamos del dengue, ni del COVID, ni del miedo al IBI. No, hablamos de algo mucho más resistente y rentable: la jubilitis selectiva con teclado incorporado y subvención camuflada.
Esta rara dolencia se caracteriza por la incapacidad repentina para ver alumnos en un aula, combinada con una extraordinaria agudeza visual para detectar, analizar y defender —con pasión casi religiosa— al Alcalde y al concejal de turno. ¡Un milagro digno de Lourdes! Algunos en la calle se preguntan: ¿Cómo es posible jubilarse por no poder leer en la pizarra… y luego redactar artículos a 12 puntos Times New Roman con una precisión quirúrgica? A eso se le llama tener visión… política, claro está.
Porque aquí no estamos hablando de periodismo. Ni siquiera de opinión libre. Estamos hablando de periodismo de supervivencia, de artículos dictados desde las alturas y escritos desde el sofá, con el aire acondicionado a tope y la conciencia en stand-by. Lo llaman “colaboración cultural”, pero el pueblo ya lo conoce por su verdadero nombre: comunicado institucional con barniz literario.
Cada vez que alguien osa nombrar al Concejal —que ha pasado por más partidos que un árbitro de fútbol—, salta el comando de defensa en modo “te lo voy a explicar yo con mi experiencia”. Y ahí aparece el teclado más veloz del Oeste de Telde, redactando con furia textos que parecen editoriales, pero huelen más a agradecimiento económico que a libertad de prensa.
¿Y qué pasa cuando alguien recuerda los audios, los pactos de alcoba política, los silencios pactados y los favores de ida y vuelta? Pues pasa lo de siempre: se monta la batucada mediática. Se escriben columnas de ataque, se inventan términos como “resentidos” o “club de despechados”, y se intenta silenciar a quien se atreva a decir que el emperador político va desnudo… aunque lo disfracen con guayabera.
Curiosamente, muchos de estos “jubilados visuales” no pueden ver a un alumno en el aula, pero pueden distinguir perfectamente al alcalde de Telde a 200 metros, incluso con gorra. Su sensibilidad se activa solo ante estímulos políticos: no ven baches, ni mercados cerrados, ni semáforos fundidos… pero detectan al instante cualquier crítica que roce a su patrón. Tienen visión selectiva, pero también memoria de elefante para recordar quién les firmó los cheques.
Y ojo, esto no es una anécdota. Es un síntoma. Un síntoma de una ciudad donde los que deberían estar fiscalizando el poder, lo están masajeando. Donde la jubilación es solo un papel, pero el teclado sigue facturando. Donde el periodismo ha sido sustituido por la mercadotecnia del silencio.
Mientras tanto, en la otra realidad —esa que no sale en sus artículos—, el ciudadano se pregunta cosas mucho más simples pero urgentes:
• ¿Dónde están los 4 millones del asfaltado que se anuncian en Instagram pero no en las calles?
• ¿Por qué el mercado nuevo parece un decorado de película abandonada?
• ¿Por qué se prometen viviendas sociales que luego quedan paralizadas por años?
• ¿Quién decidió que la suciedad era parte del mobiliario urbano?
• ¿Por qué en pleno siglo XXI seguimos teniendo semáforos apagados en zonas clave?
• ¿Por qué no se actualiza el Plan General mientras se permiten construcciones por la puerta de atrás?
• ¿Por qué se gasta dinero público en propaganda mediática y no en soluciones reales?
Esa es la Telde que los teclados subvencionados no escriben. Porque esa Telde no paga. Ni en sobres ni en favores. Esa Telde solo pide que alguien, por fin, haga algo más allá de los editoriales a medida.
Lo peor no es que escriban. Lo peor es que escriben por encargo, con fondos públicos, y con la vista puesta no en el interés general, sino en mantener el chiringuito personal.
Y que nadie se confunda: esto no va de edad. Va de dignidad. Porque hay jubilados que inspiran, que aportan desde la experiencia, que alzan la voz sin cobrar por ello. Pero también hay otros —los menos, pero ruidosos— que usan su condición como escudo para no rendir cuentas.
Así que sí, sigan hablando de “veneno”, de “ataques personales”, de “nostálgicos del pasado”. Pero recuerden: el veneno no está en la crítica, sino en el silencio comprado.
Y el pueblo ya no traga. Porque la vista, a pesar de tanto humo, la gente la tiene más clara que nunca.
Juan Santana, periodista y locutor de radio