El hecho ya lo saben todos: concejales de la oposición y del gobierno optaron por la huida en estampida cuando la edil Esmeralda Cabrera, de Vox, se pronunció sobre el manifiesto institucional del 8-M. Quienes se fueron tomaron sus papeles, teléfonos e hipocresías y salieron por la puerta convencidos de que el acto de escapismo les convertía en héroes
Si la política española ya estaba plagada de pusilánimes y figurantes, en el Pleno de Telde se confirmó que la cobardía es su rasgo definitorio de nuestros “representantes” cuando tienen que enfrentar ideologías opuestas o situaciones adversas. Lo vimos en 2018 en la moción de censura contra Mariano Rajoy cuando el expresidente dejó un bolso en su escaño para ver el debate en un bar y lo hemos visto esta semana en el Pleno de Telde.
El hecho ya lo saben todos: concejales de la oposición y del gobierno optaron por la huida en estampida cuando la edil Esmeralda Cabrera, de Vox, se pronunció sobre el manifiesto institucional del 8-M. Quienes se fueron tomaron sus papeles, teléfonos e hipocresías y salieron por la puerta convencidos de que el acto de escapismo les convertía en héroes.
No dieron una lección de dignidad ni marcaron una línea infranqueable. Abdicaron y desertaron del único combate que justifica su existencia y sus sueldos: el de las ideas. Un representante público no se retira ni escenifica desplantes. No rehúye el choque. Sostiene la mirada del adversario y lo despedaza con argumentos. La política no es un refugio para frágiles (lo que abunda en este país) ni un partido de fútbol donde los asistentes se levantan cuando el equipo va perdiendo por goleada.
Huir no es un acto de resistencia ni tampoco una opción si se cobra del erario. Estos esperaban un pleno convertido en un santuario de pensamientos homogéneos, una sala de espejos donde solo resonaran sus certezas. Buscan un sistema político sin fricción, sin adversarios, sin peligro, sin choques intelectuales. Nada más grotesco.
Ni Calígula hubiera hecho tanto el ridículo de haber nombrado cónsul a su caballo, aunque no me queda la menor duda de que Incitatus realizaría mejor papel que cualquiera de los que hoy se ponen corbata y se acomodan en un escaño. Al menos no habría convertido el Senado de Roma en una murga de inútiles con nómina pública ni habría hecho de la política un teatro de huidas patéticas, y eso que en su momento no hubiera tenido capacidad legislativa como sí lo tienen quienes se sientan en el Pleno de Telde (poder normativo, en este caso).
Se les paga para sostener debates. Se les otorga un cargo para defender posiciones con razones. Se llenan la boca con términos como pluralidad y tolerancia, y en cuanto esas palabras exigen aguante, firmeza y oratoria, se desvanecen como azucarillo en agua. Abandonar el Pleno por la intervención de un adversario equivale a concederle la victoria antes de iniciar la batalla. Es levantar la mano del adversario sin que se inicie la agarrada. No existe peor rendición que la de quien ni siquiera intenta luchar.
Las ideologías no se combaten con silencios calculados, se las enfrenta para exponer su inconsistencia y se destruye pieza por pieza. Se lo deja sin discurso, sin escapatoria, sin coartadas. En lugar de todo eso, optaron por meter la cabeza en el agujero como lo harían los avestruces, otorgándole el escenario, las cámaras y la palabra. Ni inteligencia táctica ni coraje político. Solo la vulgaridad del que se sabe incapaz y la indignidad de los cobardes que se saben cobardes.
La estampida del Pleno revela una generación de representantes públicos ineptos para mantener una postura firme en la arena dialéctica, irresoluto ante la confrontación directa, avezados únicamente en discursos cómodos para sus partidarios e inútiles cuando el escenario exige bemoles. No hacen mérito suficiente para conservar ni cargo ni estipendio. Han demostrado incompetencia esencial.
En un país serio y decente, todos esos dimitirían. Ni un ciudadano mínimamente exigente debería estar dispuesto a pagarle un solo euro más de sus impuestos a estos cobardes. Porque si los políticos no están dispuestos a debatir hasta con quien os hace sangrar cada orificio del cuerpo con sus ideas, que tampoco tengan la j*****a vergüenza de pedir una sola transferencia bancaria del pueblo. Juan Antonio Hernández, periodista y escritor