Sí, porque cuando cambia el horno, cambia también quién reparte el pan. Y hay quienes llevan años comiéndose las mejores rebanadas, sin dejar ni las migas. Y claro, si ahora vuelve alguien que sabe dónde están los fuegos, cómo se amasa y por dónde se escapa el calor… pues los nervios están servidos. Y no por ideología, sino por bolsillo. Porque cuando el pastel ya no se corta entre los mismos, los cuchillos tiemblan

Dicen que en política todo vuelve, incluso los que escriben desde el púlpito de la sorna disfrazada de análisis. Hoy nos despertamos con un artículo titulado “El Mesías centrista y los panaderos ilusionados” que pretende repartir hostias ideológicas como si fueran pan bendito. Pero a algunos ya no les cuela ni con agua, ni con vino, ni con gofio amasado.

Porque para empezar, el único que parece creerse un Mesías aquí es el autor del artículo, que baja de la montaña del elitismo opinativo con las tablas de la verdad absoluta, dispuesto a iluminar al pueblo de Telde, que al parecer no sabe lo que quiere. El problema es que sus tablas no traen mandamientos, sino un batiburrillo de resentimientos vintage, ironías de saldo y una visión de la política local más rancia que una sardina olvidada en San Juan.

Llamar “Mesías” a alguien que defiende el centro político es como llamar “yogur caducado” a un queso curado: no ha entendido el concepto. El artículo de marras caricaturiza al centrismo como si fuera una estafa emocional. Pero se le olvida que el centro político no es una religión, ni una estafa. Es, en muchos casos, el refugio de quienes ya están hartos del circo bipolar en el que algunos viven cómodos, cobrando artículos mientras los vecinos ven el espectáculo desde la cuneta.

Decir que el centrismo en Telde es un “baúl de los 90” es como decir que Canarias es solo sol y playa. Reduccionista, vago y con tufillo de prejuicio. Algunos deberían saber que en política, como en la panadería, lo que importa no es la fecha del horno, sino si el pan sale crujiente o quemado. Y viendo lo que hay ahora en cartelera, no extraña que haya “panaderos ilusionados” que prefieran probar nuevas recetas. Porque pan duro ya se ha comido bastante, y muchas bocas siguen esperando miga.

Y ya que hablamos de pan… Qué manía tienen algunos en reírse de los vecinos que se ilusionan con algo distinto. “Panaderos ilusionados”, dice el artículo, como si fuese una enfermedad contagiosa. ¿Pero qué prefieren, ciudadanos resignados, pan rancio del día anterior y más de lo mismo?

Tal vez el autor prefiere una ciudadanía calladita, obediente, que compre lo que ya está en la estantería, aunque tenga moho. Pero hay gente que, con razón, quiere hornear un futuro diferente. Y no porque crean en Mesías de saldo, sino porque están cansados de los mismos iluminados de siempre, que llevan veinte años diciendo que el horno no está para bollos mientras se comen las pastas en los despachos. Y encima se las facturan a nombre de todos.

Lo que de verdad se huele en ese artículo no es ni harina ni masa madre. Lo que se huele es miedo. Miedo a que el tablero político cambie. Miedo a que la gente se ilusione de nuevo. Miedo a quedarse sin la tarta completa. Y lo que es peor: miedo a que las facturas empiecen a ser menos… o ninguna.

Sí, porque cuando cambia el horno, cambia también quién reparte el pan. Y hay quienes llevan años comiéndose las mejores rebanadas, sin dejar ni las migas. Y claro, si ahora vuelve alguien que sabe dónde están los fuegos, cómo se amasa y por dónde se escapa el calor… pues los nervios están servidos. Y no por ideología, sino por bolsillo. Porque cuando el pastel ya no se corta entre los mismos, los cuchillos tiemblan.

Y claro, ante eso, se escribe desde el rincón del sarcasmo. Se ridiculiza. Se menosprecia. Se ningunea. Todo con el estilo de quien se siente por encima del bien y del mal. Pero cuidado: ese estilo, en política, ya no alimenta. El hambre de dignidad, de limpieza, de gestión decente y de ilusión no se sacia con columnas condescendientes.

La fábula del ratón que quería comerse el mundo… hasta que llegó el Gato…

Érase una vez un ratón que vivía feliz en una despensa ajena. Día tras día, iba royendo todo lo que encontraba: pan, queso, tarta, hasta las etiquetas de las facturas. Nadie lo molestaba, y él pensaba que todo le pertenecía.

Un día, empezó a burlarse de los demás animales. “¡Mírenlos, qué ilusos!”, decía. “Quieren abrir otra despensa, hornear su pan, soñar con comida nueva. ¡Pobres panaderos ilusionados!”

Pero lo que no sabía el ratón es que, en silencio, muchos vecinos ya estaban cansados. Y uno de ellos, viejo conocido del terreno, había decidido volver. Un Gato. Astuto, tranquilo, sin necesidad de maullar mucho. Solo con aparecer, el ratón sintió el bigote del miedo. Porque cuando el Gato entra en escena, el ratón deja de burlarse. Y la despensa deja de ser suya.

Telde no necesita profetas del desánimo ni predicadores del cinismo. Lo que necesita es gente que se moje, que se levante, que proponga. Y si entre esos hay algún «centrista» de los de antes, de los que hacían política con las manos en la calle y no desde la tribuna del sarcasmo, pues bienvenido sea.

Porque al final, querido profeta del sarcasmo, los panaderos ilusionados puede que no horneen para ti. Pero están amasando futuro. Y eso, aunque te repita, es lo que Telde está empezando a digerir.

Aunque duela. Aunque te deje sin postre. Aunque te asuste el Gato.

Juan Santana, periodista y locutor de radio