Cosas de Telde, donde la gestión municipal ya parece una serie de Netflix: cada capítulo tiene su trama, su suspense y su personaje que se entera tarde de lo que pasa en su propia concejalía. El secreto estaba tan bien guardado entre el alcalde y Juan Martel, que ni el mismísimo Gestel —experto en operaciones silenciosas y presupuestos mágicos— habría logrado filtrarlo

Me dice mi peluquera —que lo sabe todo, pero todo— que el concejal de Festejos de Telde se enteró de quién era el pregonero de las Fiestas de San Gregorio… ¡por los medios de comunicación! Sí, como suena. Se levantó, se tomó su café, miró el móvil y se encontró con la noticia. “Mira qué bien, ya tenemos pregonero”, pensó, sin sospechar que el primero que debería haberlo anunciado era él.

Cosas de Telde, donde la gestión municipal ya parece una serie de Netflix: cada capítulo tiene su trama, su suspense y su personaje que se entera tarde de lo que pasa en su propia concejalía. El secreto estaba tan bien guardado entre el alcalde y Juan Martel, que ni el mismísimo Gestel —experto en operaciones silenciosas y presupuestos mágicos— habría logrado filtrarlo.

Dicen los que entienden de protocolo que el concejal de Festejos es quien debe coordinar, anunciar y presumir de los actos festivos. Pero claro, eso es en los municipios normales. En Telde, las cosas funcionan de otra manera: aquí los pregoneros aparecen por generación espontánea, las fiestas se organizan solas y los concejales se enteran por la prensa, igual que los vecinos.

El caso es que el “pacto del pregón” fue tan hermético que ni los ratones del archivo municipal olieron nada. Y mira que esos saben de secretos. Lo curioso es que, pese a todo, las fiestas saldrán adelante, porque en Telde la fiesta es más fuerte que la planificación.

La moraleja de todo esto es clara: si el concejal de Festejos no va a trabajar, no pasa absolutamente nada. La vida sigue, los focos se encienden, las carpas se montan, los fuegos artificiales se lanzan y Gestel paga la factura. El alcalde y Martel se reparten el protagonismo y el resto del elenco hace de figuración institucional.

Hay que reconocerlo: el gobierno local tiene una habilidad especial para practicar el “arte del desconcierto”. Son capaces de hacer política con tanto secretismo que ni el propio equipo sabe de qué va el guion. Y mientras tanto, los ciudadanos nos enteramos antes por Facebook que por el tablón de anuncios del Ayuntamiento.

Me cuenta también mi peluquera —entre secador y cuchicheo— que cuando el concejal se enteró del pregonero, no sabía si reír, llorar o pedir cita en Recursos Humanos para preguntar si seguía siendo el responsable de Festejos o lo habían trasladado sin avisar.

Claro que esto también demuestra otra gran verdad: en Telde, los concejales pueden desaparecer unos días y nadie lo nota. El engranaje sigue rodando solo, movido por la inercia de Martel, la intuición del alcalde y la magia de Gestel.

Así que no se extrañen si un día vemos al concejal de Festejos descubriendo por la radio que ya se encendió el alumbrado, que empezó la feria o que ya se entregaron los premios del carnaval. Lo mismo hasta se entera por Onda Guanche, quién sabe.

En resumen: si el pregón de San Gregorio fue un misterio digno de Agatha Christie, el silencio del concejal fue el mejor chiste involuntario de la temporada.

Y como dice mi peluquera, que no se corta un pelo:

—“Mijo, en Telde no hace falta estar dentro pa’ saber lo que pasa… ¡si desde fuera se ve todo clarito, menos pa’ los que cobran dentro!”

Juan Santana, periodista y locutor de radio