«Lo que no puede hacer es inventarse una categoría intermedia: “amigo institucional con asiento preferente”. Eso no lo contempla ni el BOE, ni el Cabildo, ni la mismísima Real Academia de la Lengua»

En Telde ya no miramos el discurso del alcalde, sino la silla de al lado. Allí, en cada acto institucional, aparece siempre la misma persona. Ya no sabemos si es un asesor secreto, un guardia invisible, un “vicealcalde en la sombra” o el nuevo fichaje del consistorio sin nómina ni decreto.

Y claro, el pueblo murmura: ¿en calidad de qué viene? Alguien debería aclarar si estamos ante un “cargo de confianza espiritual”, un “consejero del alma” o simplemente un amigo con pase VIP de por vida. Pero lo que no puede hacer es inventarse una categoría intermedia: “amigo institucional con asiento preferente”. Eso no lo contempla ni el BOE, ni el Cabildo, ni la mismísima Real Academia de la Lengua.

Mientras tanto, Telde sigue siendo un catálogo de misterios: los papeles del tanatorio que se esfumaron como por arte de magia, la entrada de La Pardilla cerrada que obliga a los vecinos a dar más vueltas que un coche en la rotonda de San Gregorio, los baches que hacen temblar los amortiguadores como si estuviéramos en el Dakar, y los aparcamientos imposibles que convierten a cada conductor en detective privado.

Con todo este panorama, lo que faltaba era el enigma de la butaca reservada. Al paso que vamos, Iker Jiménez pedirá empadronamiento en Telde para grabar un especial de Cuarto Milenio.

Así que, señor alcalde, un pequeño favor: aclare usted si ese acompañante es asesor, escolta, confidente o simplemente el copiloto oficial de los actos. Y asunto cerrado.

Porque Telde ya tiene demasiados misterios abiertos como para añadirle otro más.

Juan Santana, periodista y locutor de radio