Las compró en diciembre de 2022 junto a una casa antigua, tradicional, aledaña. Logrado ese objetivo, se ha marcado un nuevo reto: quiere que recuperen su lugar en la historia.

 Quiere promover una excavación arqueológica para investigarlas y hacerlas visitables

Llevaban años abandonadas, convertidas en depósitos improvisados para residuos. Hasta que un buen día las cuevas de Malverde, en Tara (Telde), se toparon con la mirada entusiasta de un apasionado de la historia, en particular, de la historia indígena canaria. Bentejuí Motas García, que vive a pocos metros, les echó el ojo y no paró hasta rescatarlas de la indiferencia. Las compró en diciembre de 2022 junto a una casa antigua, tradicional, aledaña. Logrado ese objetivo, se ha marcado un nuevo reto: quiere que recuperen su lugar en la historia.

  • 1.000 metros tiene la parcela que adquirió Bentejuí, y 145 metros la cueva de mayores dimensiones. En el exterior hay una especie de era. Este espacio tuvo un claro uso agrícola

Una estrecha y por momentos empinada senda conduce a un grupo de cuatro cuevas, dos de ellas artificiales y dos, colmatadas de basura, naturales. Las abrieron, hace siglos, en un promontorio volcánico que mira al paisaje de El Mayorazgo, allí donde se encuentran dos barrancos, el de San Roque y el de Los Ríos, donde nace el Real de Telde.

El panorama, con Cendro y Caserones en el horizonte, quita el hipo, pero Bentejuí no busca hacerse una terraza con vistas. Su sueño es que esas cuevas puedan ser excavadas, datadas, contextualizadas y dispuestas para la visita de escolares. Solo a golpe de vista todo su entorno está salpicado de restos de cerámica aborigen y de algunos elementos de industria lítica.

La excepción de que un propietario fomente la investigación

«El hecho de que un propietario particular fomente la investigación en su propiedad, facilitando el acceso a los científicos y valorizándolo para que sirva de referente pionero, educativo y, a la par, científico, marca un antes y un después», explica Abel Galindo, reconocido arqueólogo teldense, que asesora a Bentejuí en esta aventura. Su caso es excepcional. Lo habitual, tristemente, es que el propietario esconda los restos.

«Mi idea es que recupere su historia. Afortunadamente tengo dónde vivir. Me gustaría que fuera visitable, no hay nada que me llene más de energía que ver esto lleno de escolares. Y que una persona como Abel pueda instruirlos. Es la mayor gratificación que puedo tener».

Avanza sin prisas, pero sin pausas. Varios especialistas han girado visitas al enclave. Junto a Galindo han estado el antropólogo e historiador Francisco Mireles, que estima que la vivienda solariega de la finca es de finales del siglo XVIII, o el geógrafo, y también policía local de Telde, Gilberto Díaz, compañero de Bentejuí.

Todos coinciden en advertir el potencial del enclave, tanto desde el punto de vista arqueológico, porque al menos una de las cuevas atesora serios indicios de que data de época indígena, como etnográfico, por su uso como alpendre para animales y también como almacén para guardar la paja.

Para Galindo, el principal valor de las cuevas es el modelo constructivo, sobre todo en la cueva de mayores dimensiones, que tiene unos 145 metros cuadrados. Cuenta con varias estancias, paramentos internos que podrían ser igualmente de filiación indígena y hasta lo que parece un empedrado. Sí advierte claramente un piqueteado intencionado que prueba que no es un recinto natural, sino artificial.

Pudo tener uso habitacional en época prehispánica

Como primera hipótesis, a simple vista y a falta de confirmación, sostiene que pudo tener un uso habitacional en época prehispánica y que luego fue reutilizada como alpendre. «Por la tipología, en época histórica aquí metían cabras y vacas, pero en época indígena no lo sabemos. Lo que pudo ser hábitat prehispánico pudo pasar a ser alpendre en época histórica, pero eso hay que documentarlo para ver la evolución cronocultural».

Entre los elementos claramente etnográficos sitúa un pesebre. «Los indígenas no tenían vacas y los pesebres se usan para las vacas. Las cabras no necesitan pesebre», advierte Galindo, que también repara en que la sustancia que cubre las uniones entre las piedras tampoco es cemento, sino cal. «No está enfoscado, sino encalado».

En otra pequeña estancia lateral señala otra particularidad: un paramento interior que acota aún más el espacio. No descarta que sea prehispánico. «Los indígenas podían hacer muros internos dentro de la cueva. Tenemos ejemplos en Calasio (Telde) y en Guayadeque, con una pared sellando la entrada y muros separando estancias para crear cuevas independientes. Eran de habitación».

Abertura prehispánica

La otra cueva, la que los lugareños conocían como del pajar, tiene más signos de su vinculación al mundo anterior la conquista. Se aprecia nada más entrar, en sus paredes. Están selladas con un tipo de argamasa que no deja lugar a la duda. «Es prehispánica y la usaban para evitar que entrasen las humedades y así la paja que debían guardar aquí dentro no se echase a perder». Se explica. «Era una especie de mortero que contenía cal, que era lo que permitía que se endureciera».

Pero Galindo señala otro indicio, un elemento estructural que considera clave: una abertura en la pared con una orientación específica, una especie de claraboya, ventana u óculo. Procuraban iluminación y ventilación, pero este arqueólogo apunta que podría tener también otra finalidad demostrada en otros yacimientos, la de ayudar a fijar la llegada de los equinoccios y solsticios.

Galindo apunta a una publicación reciente de Juan Manuel Caballero Luis Domínguez en la última edición de los Coloquios de Historia Canario-Americana en el que se hace un estudio de esa otra posible función de «índole litúrgica, ritual, religiosa o cultual, vinculada con algunas efemérides astronómicas», en 35 cuevas de la isla con esa característica.

Esa cueva, particularmente, acaba en una pared de basalto que, como señala Gilberto Díaz, coincide con «una matriz rocosa más dura, una colada lávica más básica, de basalto», que les impidió seguir excavando. En todo caso, por esta y otras singularidades, este geógrafo repara en el hecho de que excavar estas cuevas requirió de un esfuerzo especial, de un sacrificio extra que solo se explica cuando se enmarcan en el lugar en el que se ubican, en un lugar que, en aquellos tiempos, hace más de cinco siglos, debió ser muy especial, y muy apetecible para vivir.

Con vistas a una pequeña Mesopotamia

Galindo, mirando al barranco, lo explica. «Este era un lugar espléndido para la agricultura de regadío, el agua bajaba todo el año por el cauce, como un río, era una Mesopotamia pequeña, muy fértil y muy antropizada ya por los prehispánicos». De ahí el interés de radicarse en este punto, en plena milla de oro para la época, en medio de un núcleo poblacional que debió ser lo más parecido a lo que hoy se entiende como una capital.

Todo eso es lo que Bentejuí quiere rescatar. «Yo sí voy a implicarme para que se hagan unas prospecciones arqueológicas aquí. Por eso he buscado a una persona con el prestigio de Abel para que me ayude en el camino para darle el valor que históricamente creo que tiene este espacio. Y si puedo apoyarme en las instituciones, lo haré». Gaumet Florido. Canarias7