Telde ha dejado perplejos a propios y extraños. Todos menos a quienes estamos vacunados de espanto por saber que cada político, con muy raras excepciones, solo tiene intereses particulares

No hay nada más fascinante (y a la vez, desternillante) que ver los cambios de posiciones de quienes supuestamente representan al pueblo. Esos que giran a un lado o a otro con más asiduidad de las que cambian sus calzoncillos. Y aunque públicamente motiven unas causas, en el fondo no subyace otra cosa que un puñado de pesetas. ¿Qué convicciones ni San Convicciones?

El escenario de la política local es muy surrealista en ocasiones, incluso más que a nivel nacional. Aquí, donde las alianzas se tejen y deshacen como en un juego de ajedrez con piezas caprichosas, el último movimiento en el tablero de Telde ha dejado perplejos a propios y extraños. Todos menos a quienes estamos vacunados de espanto por saber que cada político, con muy raras excepciones, solo tiene intereses particulares.

El Gobierno de Telde ha abierto sus puertas a una concejal que, cansada del redil de su propio partido. ha decidido no solo abandonarlo, sino también a aventurarse en los brazos acogedores del gobierno. «Esto es un ordeno y mando», aduce. «No he sido consultada para las decisiones del grupo al que pertenecí», dice. Entre lo inefable y lo normal. Sorprendente porque quienes conocemos la Ley de Hierro de la Oligarquía sabemos que nunca falla. En ningún sitio y este es uno de tropecientos casos. Ningún concejal o diputado tiene libertad: solo siguen órdenes del líder supremo. Todo tiende a una minoría oligárquica y que manden los que estén en ese grupúsculo. El resto, a obedecer. Ella lo debería saber. Lo que no entiendo es por qué se viene a dar cuenta ahora. Porque, señores, esto es la política. Ni más ni menos. Antes, ahora y siempre.

Este paso audaz deja al descubierto las entrelíneas grises de la política, donde las alianzas son efímeras, la lealtad es una palabra de uso opcional y las convicciones pasan a un segundo o tercer plano. Recordemos que esta edil pasa a ser concejal delegada, con lo cual tiene perras mensuales aseguradas. Un cambio por un sueldito, vaya. Los Ronaldos o Figos de la política. Los que hoy se ponen una camiseta del Barça y luego son capaces de ponerse la del Real Madrid sin rubor alguno.

De lo contrario, rompería únicamente con su formación y se mantendría en la oposición. Porque, señores, esto es la política. Ni más ni menos. ¿Qué convicciones ni San Convicciones?

Sorprende aún más la bienvenida que el Ejecutivo local le ha brindado a quien hasta el viernes ejercía oposición. Inaudito y en cierta medida valiente, por no decir temerario. ¿Quién quiere pactar con Vox cuando todos se pavonean de su retórica desafiante y sus propuestas que para muchos oscilan entre lo polémico y lo cuestionable? La coherencia es a veces un lujo que pocos se permiten.

Nada define mejor el juego de la política que la aceptación alegre y efusiva del transfuguismo, aunque sea parcial (no cambia de partido, solo lo deja). Porque, señores, esto es la política. Ni más ni menos.

Este episodio refleja una la cruda realidad, la más amplia, en la política contemporánea. La lealtad cede paso a la pragmática supervivencia política. Las convicciones se doblan y se retuercen como plastilina. Todo un teatro donde las máscaras cambian de un lado a otro y el público queda atrapado entre la risa, el sonrojo, la perplejidad y la estupefacción.

Lo peor es que muchas veces no importa cuántas veces cambiemos el escenario, sustituyamos los protagonistas o repintemos los telones. La esencia misma de la política persiste: un juego de estrategia, donde los principios y la fe son reemplazadas por movimientos tácticos interesados. Y la gente siempre cae en la misma trampa. Porque, señores, esto es la política. La fase de mayor grado de corrupción del hombre. Ni más ni menos.

(*) Juan Antonio Hernández es vecino de Telde, periodista y escritor (autor de la novela ‘Muerte Blanca’)